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Capítulo I
Definición del amor y de la hermosura

—Aunque me parecéis muy severa, prima mía –dijo Glanville– en el modo con que pretendéis que nuestro sexo sea tratado por el vuestro, sería, no obstante, de desear que las mujeres, generalmente, se arrimasen a vuestra opinión lo bastante para que su sociedad no fuese una esclavitud continua; cuántas veces, Jorge amigo, no hemos compadecido a ese corto número de personas de gusto que, uncidas a su pesar por el amor, al carro de las bellezas, hicieron voto de acompañarlas por todas partes... Únicamente atentos al cuidado de agradarlas es preciso mostrarse sordo en Rénelagh cuando canta la Sirena Trazy y en Drurylane resistir a las impresiones que produce en la escena el maravilloso Garrick78.

—Por cierto –repuso el caballero Jorge (olvidando el papel que representaba)– que me acuerdo de haber visto a uno de mis amigos en un palco ocupadísimo con una de esas damas: representábase la mejor comedia de Congreve y parecía que hablaban de ella, aunque no cesaban de hablar79: una sonrisa hechicera animaba las más hermosas facciones; unos ojos grandes, bien rasgados, se levantaban de cuando en cuando hacia el cielo para dejarse ver mejor y el juego del abanico, poniendo más a la vista una mano blanca, pequeña y torneada daba a su conversación un cierto aire de importancia. Creí que disertaban sobre la conducta de la pieza o sobre la representación de los actores, pero nada menos que eso. Mi amigo me dijo que se trataba de una ardilla, de una lugareña mal peinada y de una muñeca venida de París, que traía una nueva moda: estas son las conversaciones a que es menester sujetarse (hecha la debida abstracción del inagotable capítulo de las gracias atractivas) si quiere aspirarse a la dicha de suspirar a la inmediación de las mujeres, cuyas personas tienen alguna celebridad.

—¿Hay, acaso, asuntos –repuso Arabela– que presenten variedades más agradables que esos de que acabáis de hacer una crítica injuriosa? La beldad es un manantial abundante de elogios y debíais considerar que, entre todas las pasiones, no hay ninguna más noble, más sublime ni más propia a elevar el alma que el amor. p. 122

—Permitidme, prima mía, que os represente, con sumisión, que cuanto puede decirse del amor y de la hermosura es reducible a pocas palabras80: basta tener ojos para ser seducido al aspecto de una hermosa presencia; pero es cierto que el catálogo de las perfecciones es cortísimo: creo que cuando se ha hablado de ojos, de facciones, de tez, de pelo, de talle y que se añaden algunos adjetivos como hechicero, seductor, divino, majestuoso y algunos substantivos más, como rosas, azucenas, jazmines etc., el asunto está, a corta diferencia, apurado, a menos de que no se repita; lo mismo sucede con el amor: dicen que nace de la admiración, que se conserva por la esperanza y que se acaba por el odio; no es necesario mucho ingenio para pintar este sentimiento y, si no me engaño, el diccionario de los amantes pocas más palabras tiene que incendio, ardor, llama, tormento, deseo, tiro, languidez, celos y algunos otros casi sinónimos81.

—Sentando semejantes paradojas, Glanville, no reflexionáis ciertamente; leed las conversaciones de los amantes ilustres y veréis una inmensa variedad de sentimientos producidos por el amor y la belleza; veréis los guerreros más distinguidos disertar sapientísimamente sobre el color de los ojos y disputar una victoria, puramente de opinión, con tanto ardor como si se disputase de un campo de batalla y veréis los efectos del amor expuestos bajo diferentes puntos de vista, y explicados con admirable elocuencia.

—Sobrina mía –interrumpió el barón– no puedo ocultarte que haría yo malísimo concepto de un militar si le oyese discurrir sobre tales insulseces y, desde luego, afirmo que esos tus guerreros que disertaban tan bien eran unos cobardes.

—¡Es posible, tío mío, que penséis así! El gran Orondates, el invencible Artabano, el afortunado y valeroso Artamenes, el incomparable Cleomedón y el victorioso Juba son igualmente ultrajados por vuestra proposición. ¿Qué opináis, caballero Jorge?

—Opino como vos, señora; pero, no obstante, debe repararse que tiene algunas tachas la reputación de esos héroes que acabáis de nombrar: el gran Orondates fue acusado de haber vendido a su divina princesa; el afortunado y valeroso Artamenes sospechado de inconstancia, y se reprocha al victorioso Juba una infinidad de bajezas82.

—¡Voto a tantos, Jorge amigo –dijo Glanville–, que no te creí tan versado en la historia de los héroes! Sin duda que son conocimientos nuevamente adquiridos.

—No, no –replicó Arabela–. Es mucha la instrucción del caballero y no puede menos de haber empleado muchas horas en la lectura de unas obras que enseñan la metafísica del amor y de la bizarría, que son los conocimientos que forman los héroes, así como la virtud y la hermosura forman las heroínas; si no me engaño, ha aprovechado de tal manera, que nunca será infiel a la que ama.

—Pues, con todo, prima mía, está acusado de bastantes delitos de esta especie.

—¿Pues qué –preguntó Arabela muy admirada–, habrá podido el caballero Jorge romper sus contratos, ser infiel, violar sus juramentos y abandonar a la misma a quien consagró su existencia? No puedo creer tan odiosa imputación.

—No es este el momento –repuso Jorge– de contradecir a Glanville, que ha querido denigrarme: me basta el estar justificado por mi propia conciencia. p. 123

—Acusaciones tales no se desprecian: vuestro honor está lastimado y me parece que no puede una mujer permitir que la améis mientras no estuviereis justificado.

—Pues yo –dijo Carlota– soy de contrario dictamen y presumo que ninguna mujer llevará a mal que Jorge haya sido infiel; es muy dulce cautivar al amante de otra y creo que una conquista así es más honrosa que rendir un corazón totalmente nuevo.

—Te he comparado, prima mía, a la princesa Julia y te repito que no hubo jamás dos mujeres más conformes en todo.

—Te doy gracias por mi hija del paralelo –repuso el barón– porque presumo que será un cumplimiento lisonjero.

—No, tío mío: la distancia de mi prima a una princesa no es tan desmedida.

—No es dado a todos –prosiguió el caballero Jorge– ser Artabano ni ofrecer la elección de los reinos ni poner los cetros a los pies de la princesa de los Partos, pero, si me atreviera a hacer alguna comparación, diría, que fue, como yo, acusado de inconstancia83.

—Es verdad, pero no fue culpado; diferiré, pues, el sentenciaros hasta saber vuestras aventuras y, entonces, juzgaré si Glanville os dio el título de inconstante con razón o sin ella.

Acabose esta conversación con el anuncio de que ya estaba la comida en la mesa.

78 Se refiere a los jardines de Ranelagh, en Chelsea, muy famosos durante la segunda mitad del siglo xviii como lugar de recreo, pues contaba con diversas atracciones: un lago, pabellones chinos o un salón de té en forma circular; allí también se celebraban conciertos, bailes y fuegos artificiales. Drurylane es el teatro de Drury Lane, construido en 1663 en la calle de igual nombre en el distrito londinense de Covent Garden. David Garrick (1717-1779) fue el actor británico posiblemente más conocido de esta época, además de dramaturgo y director de ese teatro de 1747 a 1776.

79 William Congreve (1670-1729), escritor inglés, discípulo y colaborador de John Dryden, es considerado como uno de los mejores representantes de la comedia de la Restauración (1660-1700), caracterizada por la viveza e ingenio de sus diálogos y por su relajación moral y sexual, como puede observarse en su última obra The Way of the World [Así va el mundo] (1700), uno de los máximos exponentes del género.

80 ‘os informe’.

81 Tiro significa ‘daño’, pero también ‘chasco’, ‘burla’ (Aut).

82 Según se refiere en Cassandre I.4 y 5, la princesa Roxana, enamorada de Orondates, convenció con astucias a la princesa Estatira de que aquel le había sido infiel; en Artamène VI.3 se mencionan las acciones de Mandana contra Artemenes por su engañoso parecido con Espitridates: las «bajezas» que se reprochan a Juba, esto es, Coriolano, se hallarán en Cléopâtre II.4 y V.2, en boca de su amante Cleopatra y su amigo Marcelo (Dalziel 400-401).

83 Elisa fue reconocida como reina de los Partos (escribimos en mayúsculas para evitar la ambigüedad del término) por derecho propio, pero también por ser la princesa de Artabano y desear los partos el matrimonio entre ambos (Dalziel 401). La referencia a la falsa inconstancia de aquel ya fue aclarada más arriba.