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Capítulo XVIII
Muestra Sidimiris igual generosidad que su amante

—Muy desasosegado estaba yo por la dudosa suerte de Sidimiris y gimiendo en mi profundo calabozo cuando se me presentó un joven con una carta, que me entregó sin proferir una palabra; leíla a la escasa luz de una lámpara y decía así:

Sidimiris al generosísimo Belmur
No basta deciros que los medios de que os habéis servido para librarme de la crueldad de mi hermano me han llenado de admiración y de aprecio: rasgo de tanta generosidad merece la más grande recompensa y no vacilo en confesaros que mi corazón ha tomado parte en él; sí, Belmur, he recibido la muestra que me habéis dado de vuestra ternura, con el agradecimiento que deseabais en mí. No tardaré en daros a conocer cómo pienso de un modo más particular y significativo.
Sidimiris

»Prueba clara era esta carta de que no me aborrecía Sidimiris y de que meditaba alguna cosa favorable para mí; leíla y releíla mil veces entregado a los halagos de la esperanza. ¡Dichosísimo eres, Belmur! ¡Te aman! ¡Qué suaves son tus cadenas! Corrieron tres semanas sin que oyese yo hablar de mi divina princesa. Presentose, por fin, Zamira, acompañada de Tojares. Fuera de mí, con el gozo, corrí a su encuentro y les insté con ansia a que me refiriesen las órdenes que traían. «Más de una noticia os traigo», me dijo Zamira, «y ¡al cielo pluguiese que todas fueran gustosas! Libre estáis ya, pero a costa de la libertad de Sidimiris, que ha roto vuestras prisiones echándoselas a sí propia más terribles. ¡Os lo diré!... ¡Pues acaba de casarse con un hombre a quien aborrece! Condición ha sido que le impuso su hermano, sin la cual nunca hubierais visto la luz del día». A estas palabras caí en tierra sin sentido: Zamira, Tojares y unos flasquitos* de olor (de que tuvieron la precaución de proveerse) me volvieron a la vida. «Amigos crueles», les dije, «¿por qué no me habéis dejado morir? ¿Son esos los efectos de las esperanzas que me dio Sidimiris? ¿Es esta aquella prueba de gratitud con que me lisonjeó? Pero, ¿adónde mi desesperación me lleva? Acuso a Sidimiris de inhumana cuando por mí se ha hecho infeliz. ¡Ah, libertad, cuánto te abomino!». Zamira, que conoció hasta qué punto podía arrastrarme el despecho, sacó de la faldriquera una carta103, que se la había mandado no entregarme hasta que yo estuviese a alguna distancia del pueblo, pero que ella, atendido el estado en que me vía, creyó poderme facilitar sin contravenir a la exactitud de sus obligaciones. Abrí la carta, mientras Zamira me hablaba, y ved lo que contenía. p. 165

Sidimiris a Belmur
Si la prueba que os doy de mi agradecimiento no corresponde a vuestra esperanza, compadecedme, pero no acuséis a mi corazón. No había más medio para daros la libertad, que el de comprarla a precio de todas mis felicidades. No es cara, si me hacéis la justicia que merezco. Como dueña de mis inclinaciones os confieso que no hay en el mundo príncipe a quien yo no os hubiese preferido. Os debo esta confesión en pago de lo que por mí habéis hecho: considerad, Belmur, que no podía ser justa con vos sin ser cruel ni tampoco corresponder a vuestra pasión sin hacer más pesadas vuestras cadenas: si el sacrificio que acabo de verificar me conserva todavía algún derecho a vuestro afecto, os mando que no añadáis a mi infortunio el de ser causa de vuestra muerte. Vivid, Belmur, asegurado de que esta será la prueba más verdadera que podáis dar del amor puro y sincero que habéis profesado a la infeliz
Sidimiris

»«¡Ay, Sidimiris!», exclamé. «¿Han de ser crueles las bondades que usáis conmigo? ¡Me quitáis la esperanza de poseeros y queréis que viva!» Mantúveme algunos instantes en silencio y, después, dije:«Seréis obedecida: viviré desventurado, pero viviré para vos». Algo más asegurada Zamira, me exhortó mucho a la perseverancia y se despidió. Roguela que me proporcionase ver a Sidimiris siquiera una vez o, cuando no, que la entregase una carta mía; me rehusó este favor, pero suavizó la repulsa, prometiéndome pintar mi dolor y mi obediencia con los más vivos colores. Tojares quedó solo conmigo, me ayudó a vestir y me sacó del calabozo en que había pasado horas tan deliciosas y tristes. Encontré un caballo a la puerta, abracé a mi confidente, le pedí que aceptase una sortija de gran precio y partí con el corazón traspasado de pena. Galopé toda la noche sin destino cierto y sin advertir que agotaba a mi caballo las fuerzas; dejose, en fin, caer de rendido y entonces noté que me hallaba en un bosque espeso, situación agreste que se conformaba mucho al estado de mi ánimo. Apuntó la aurora y guio mis pasos; la casualidad me condujo a un subterráneo que tenía traza de haber servido de habitación a algunos amantes tan desgraciados como yo. Estaba cavado en la peña y su entrada casi toda cubierta de maleza; bajé algunos escalones toscamente formados y encontré unos bancos de céspedes104, y algo más allá una especie de sala adornada con hojas de árboles y alumbrada por un tragaluz hecho en el centro de la bóveda con bastante arte. Mi desesperada tristeza me sugirió el pensamiento de no salir de aquella morada tenebrosa. Dejé suelto a mi caballo para que se fuera donde quisiese; colgué mis armas de un árbol junto a la entrada de la gruta y voté mi vida a una soledad que me permitía pensar incesantemente en mis desdichas105. Diez meses corrieron sin que me ocurriese ni la menor idea de volver a la sociedad de los hombres…

Aquí descansó algunos instantes Belmur para tomar aliento y el barón los aprovechó para hacer la observación siguiente:

i flasquitos] es forma registrada en Aut para frasquitos.

103 ‘sacó una carta del bolsillo o de una bolsa que cuelga de la cintura’.

104 ‘asientos o lechos formados con césped’. La forma en plural era muy común en los comienzos del siglo xix.

105 ‘dediqué mi vida’.