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Capítulo X
Incidentes importantes

Muchas horas había que Arabela estaba en su gabinete pensando en sus desgracias, cuando vinieron a informarla de que su padre había dado una caída del caballo15. Arabela corrió a verlo y se presentó con los ojos bañados en llanto, y aumentaba su dolor el reproche que se hacía de haberlo querido abandonar. Levantose Glanville así que ella entró y la presentó una silla. Mientras se informaba de las circunstancias de la caída, se la notaba aquella conmoción íntima que solo pueda promover el verdadero sentimiento; examinaba Glanville sus facciones y las hallaba más hermosas con la expresión de la ternura. Arabela lo conoció y, viendo que sus cuidados no eran necesarios en aquel instante, propuso que dejaran descansar a su padre y se retiró. Glanville la siguió y la presentó su mano para subir la escalera, pero la rehusó16.

—En verdad, prima mía –la dijo–, que queréis perpetuar vuestro mal humor: ¿pensáis continuar por mucho tiempo esta desagradable burla?

—Si habéis supuesto que me burlo, falta es de vuestro juicio y, en este caso, convengo en que hice mal de atribuir a insolencias vuestros procederes familiares, pero, cualquiera que la causa fuere, os repito que me han desagradado sumamente.

—Claro es eso y veo ahora que no os burláis, pero hacedme la gracia de decirme por qué he merecido vuestra indignación, porque os protesto que no alcanzo a adivinarlo.

—¿No fue bastante ofenderme con una declaración de amor temeraria e injuriosa? ¿Era necesario aun, en desprecio de mis órdenes, volveros a presentar a mí, perseguirme hasta mi gabinete y acompañar con amenazas tan indignos procederes?

—¡Qué de cosas ve vuestra imaginación, prima mía! No me creía tan culpado. Dignaos de escucharme un momento. Tengo hecho voto de amar cuanto es amable y me atreví a declararme adorador de vuestro mérito; permitidme que os pregunte si lo que llamáis insulto, temeridad e insolencia, es la declaración que de esto os hice.

—Sin duda.

—En este caso, señora, es difícil no pareceros odioso y no debo permanecer a vuestra inmediación17: perdonadme y quedaos con Dios. p. 61

—No perdono tan fácilmente como imagináis, solo el tiempo y el arrepentimiento pueden conseguiros esta gracia.

Diciendo estas palabras la heroína le hizo señas para que se fuera y, como no se viese prontamente obedecida, se entró en su gabinete y se encerró con las mayores precauciones.

Glanville también se retiró a su cuarto, más que nunca sorprendido del carácter de su prima. Presentáronsele tumultuariamente en su entendimiento infinitas contradicciones. Parecíale Arabela dura, seca e imperiosa, pero ¡cuánta sensibilidad no acababa de mostrar a su padre! Estaba educada como en el campo y con poquísimo uso del trato del mundo, pero ¡qué de tersitud y de nobleza no se echaba de ver en sus expresiones18! Su entendimiento tenía rarezas, pero era consiguiente y aun advertía en sus raciocinios una especie de lógica, que solo podía venir de mucha penetración19. Considerado todo, se atuvo a la idea de que él no era de su gusto y de que ella representaba aquel papel singular para alejarlo. Tenía Glanville sobradamente grande el alma para recurrir a la autoridad y le pareció que el mejor medio era volverse a Londres sin hablar más en el asunto. Partió, en efecto, al día siguiente antes de que nadie se levantara y cuando hubo andado lo suficiente para que sus caballos descansaran, escribió a su tío y envió la carta por un propio20.

Recuperado el marqués de su accidente, por medio de una muy buena noche, envió a buscar a Gianville y le dijeron que había salido a caballo. No dejó de extrañar su indiferencia, se impacientó por su tardanza y empezó a temer no le hubiera sucedido algo; pero un criado le entregó la carta que acababa de traer el propio.

—¿Qué significa esto? –dijo al ver la letra de su sobrino–. Hija mía, ve aquí una carta de tu primo.

Arabela, más inquieta que sorprendida, estorbó unos instantes a su padre el que la abriera.

—Os ruego, señor –le dijo–, que no me imputéis el acaecimiento fatal que va esa carta a noticiaros. Verdad es que he desterrado a mi primo, pero me es testigo el cielo de que solo he deseado esto y no más.

El marqués, que nada entendió de lo que oía, abrió con presteza la carta y Arabela se escapó a su cuarto, donde, persuadida a que Glanville anunciaba un suceso trágico, se lamentó mucho del efecto cruel de su belleza. Entretanto el marqués leía sosegadamente la carta de Glanville, concebida en estos términos:

Señor
El modo bronco y nada honrado con que he salido de vuestra casa debe graduarme a vuestros ojos culpado de la mayor ingratitud; la gratitud y el respeto, de que soy deudor a vuestras bondades, me fuerzan a enteraros de la causa. Con todo eso, hubiera deseado, para evitar las reconvenciones de mi prima, que la supieseis por otro.
Vuestra estimación, señor, me es apreciabilísima y no me perdonaría jamás el haber tenido la mala suerte de desagradaros. Mi prima ha tenido a bien echarme de vuestra quinta y sus expresiones me han parecido tan humillantes, que desespero de lograr nunca la felicidad que me destinabais
Quedo, señor, vuestro, &c.
Carlos Glanville

Acabada la lectura de la carta pasó al cuarto de su hija con intención de reprenderla, pero, hallándola con los ojos llorosos, olvidó su resentimiento. p. 62

—¡Ay, señor! –dijo a su padre–. Sé que venís a reñirme agriamente, pero os suplico que no agravéis el pesar que me devora: os repito que no le he mandado que muera.

Sonriose el marqués del error con que su imaginación estaba herida y la preguntó si creía que su primo la amaba hasta el extremo de morir por ella.

—Si no me ama hasta ese extremo, no me ama con pasión y mi agradecimiento cesa.

—Arabela, quiero saber por qué delito lo has desterrado de casa tan inhumanamente.

—Porque ha tenido la audacia de decirme que me amaba.

—¡La audacia! ¡Fortísima expresión por cierto! Pues, hija mía, yo le he permitido esa audacia y sabe que no solo deseo que te ame sino que aguardo de tu amistad y obediencia que correspondas a su afecto; y sabe también que he puesto en él los ojos para que sea tu marido... Esta es su carta: córrete de tu descortesía y procura repararla21; discúlpate con él y que esté escrita tu carta cuando se halle preparado a partir el mensajero que ha de llevarla.

Dicho esto, se fue el marqués. Leyó Arabela la carta de Glanville y, no hallándola en el estilo que esperaba, tuvo aumento la aversión que le tenía.

—¡Traidor! –exclamó–. ¿De esta manera pretende desenojarme? ¡Cómo me equivoqué cuando lo creí capaz de morir del despecho*!... ¡Hombre indigno de mí! ¿Piensas que con quejas a mi padre lograrás tus designios? ¿Te pudistes lisonjear de que su autoridad te daría el corazón de Arabela?

Este monólogo, juntamente con otras reflexiones apuraron el tiempo que su padre le había concedido. Este envió a pedir la carta y su hija corrió a rogarle que la dispensara de un paso tan humillante. Con aire severo, y sin responder, la tomó por la mano, la llevó a su despacho y la mandó, con imperio, que escribiese al instante...

—Ya que he de escribir –dijo Arabela sollozando– tened a bien dictarme lo que debo decir.

—Pon disculpas, sin número, y emplea los términos más ejecutivos para obligarlo a volver.

Arabela, forzada por la necesidad, escribió la carta siguiente:

La desdichada Arabela al cruel Glanville
No quiero tener en vos dominio, sin embargo, os mando volver; os hago saber que anulo el decretado destierro y que aguardo vuestra vuelta en compañía del mismo que os entregará esta. No prodiguéis agradecimientos, porque ninguno me debéis; esta llamada es efecto de la obediencia que debo a los mandatos de mi padre.
Arabela

Leyó el marqués la carta y, viendo en ella su propia altivez, no se atrevió a reprenderla.

—El estilo de esta carta –la dijo–, me parece muy raro… ¿Quién te ha enseñado a explicarte así... La desdichada Arabela al cruel Glanville? El sobre de una carta, hija mía, lo lee quien la lleva; muda este, porque no quiero que se sepa que eres desdichada ni que mi sobrino es cruel.

—Suplícoos, señor, que os contentéis con mi primera obediencia: es justo que manifieste yo a mi primo algún descontento, una carta más obligatoria sería baja y la desaprobaríais. p. 63

—Singularísima eres –replicó el marqués.

Y lo que hizo fue incluirla en otra que escribió para ocultar aquel sobre. Prometió a su sobrino buen recibimiento de parte de su prima y le amenazaba con su desagrado si al momento no volvía. El propio anduvo tanto que alcanzó a Glanville antes de llegar al paraje en que había de hacer noche.

No le sorprendió el proceder de su tío, porque lo esperaba; pero sí el recibir carta de Arabela. Leída, dudó si era alguna invención o algún nuevo insulto, estando el sobre en el mismo estilo del otro, que tomó por una bufonada. Leyó después la de su tío y, no pudiendo resistirse a sus solicitudes eficaces, regresó a la quinta. Aguardábalo con impaciencia el marqués, pero lo tenía inquieto la tristeza de su hija...

—Nunca me has dado pesares –la dijo–, puedo creer que aprobarás la elección que hice de Glanville para que sea mi yerno: tiene entendimiento, buena persona, costumbres puras y carácter amable, y, sobre todo esto, es hijo de mi hermana y, de consiguiente, digno de ti, aunque no tenga título22.

—Si permitís, señor, que me explique, os confesaré que repugno el matrimonio; no puedo desear un estado cuyas obligaciones me pongan en el caso de descuidar el atento cuidado que debo a un padre tan tierno como pocos, pero en el concepto de que estéis determinado a contradecir mi opinión sobre este punto, os suplico que me elijáis un esposo que haya merecido vuestra estimación y mis favores por acciones dignas de su nacimiento y por pruebas seguras de su amor; porque, al fin, señor, ¿qué ha hecho Glanville para que le hayáis dado una preferencia tan señalada? ¿Y cuáles son sus títulos para aspirar a poseer mi corazón?... ¡Ah, padre! Apreciad en más vuestra sangre, si amáis mi felicidad... Si…

Interrumpiola el marqués diciéndola secamente que no tenía más paciencia para oír tan ridícula jerigonza.

—¿Qué es, pues, lo que ha de hacer mi sobrino? ¿Qué testimonios de amor necesita darte para merecer tu estimación? Mira, Arabela, que si continúas tratando a Glanville como hasta aquí no te lo perdonaré en mi vida; son tus razonamientos tan mezquinos y tus nociones sobre la felicidad tan falsas que me veo precisado, como padre, a servirte de guía en el acto más importante de tu vida.

Iba a replicar Arabela, pero el marqués la impuso silencio; retirose a su cuarto con el alma pasada de pena y persuadida a que no había en el mundo mujer más infeliz que ella.

idespecho] depecho.

15 ‘se había caído del caballo’.

16 ‘ofreció su mano’.

17 ‘cerca de Vd’.

18 Tersitud es voz no recogida en Aut ni en DLE. Tampoco el CORDE ofrece ningún resultado (Corpus diacrónico del español, https://www.rae.es/banco-de-datos/corde, acceso 15 enero 2022). Debe entenderse como el actual tersidad, «cualidad de terso» (DLE).

19 ‘era consecuente’; consiguiente es el «[modo de hablar] con que se da a entender que uno obra y procede con igualdad y conformidad en sus acciones y dictámenes, y que la resolución o partido que una vez ha tomado, le sigue con empeño y constancia» (Aut).

20 «el correo de a pie, que alguno despacha para llevar una o más cartas de importancia» (Aut., s. v. proprio).

21 ‘avergüénzate’.

22 ‘por consiguiente’.